Cuento de Warcraft: "El destino de los goblins"
Monte Gazlowe, príncipe mercante del cártel Pantoque, estuvo investigando las condiciones laborales de los goblins y visitando fábricas, minas y otras operaciones. El proceso lo consumía lentamente: en todos los lugares que visitaba se encontraba con obreros agotados, maquinaria barata y condiciones de trabajo insalubres que ralentizaban la producción y denigraban al pueblo. Y lo peor es que todos los jefes comparten la misma opinión: "¡Así son los goblins! La ley de la selva: sálvese quien pueda". Pero ¿es el único destino posible para los goblins o es solo lo que Jastor Gallywix piensa?
Monte Gazlowe suspiró mientras observaba una enorme operación minera desde una plataforma que estaba sobre el piso del Distrito Sur de la mina. Esta era su quinta visita de “investigación” de la semana, y parecía que no había tenido ni un respiro después de meses de evaluar las cuestionables condiciones laborales de los goblins. Pero, sin duda, esta estaba entre las peores aunque Marin Tragonublo, el anfitrión y guía de Gazlowe, actuara como si todo estuviera en regla.
Tragonublo intentó llamar la atención de Gazlowe saludándolo con la mano. Su apariencia contrastaba con el entorno: vestía un traje blanco de pies a cabeza que permanecía impoluto y parecía que brillaba en medio de un entorno rancio y mugroso. Estaba claro que no llevaba mucho tiempo al frente de esta operación.
—¡Por aquí! —llamó. Luego se dirigió a uno de sus guardaespaldas en busca de ayuda—. ¿Los dos turnos están trabajando con la...?—¿La esquiladora de tajo largo? —sugirió Gazlowe.
Tragonublo sonrió.
—Sí, eso que dijiste. La Mascarocas 3000. Una verdadera belleza de maquinaria, ¿no crees? —sonrió de oreja a oreja y señaló el mastodonte a vapor que se encontraba en la inmensidad de la mina más abajo. Sus temibles dientes de metal masticaban el lecho de roca sin descanso hasta llegar a la vena de la mena de hierro, que era el alma de esta operación.—Debes arrimarte un poco a la baranda para echarle un buen vistazo, a menos que quieras bajar y verla de cerca —agregó Tragonublo e invitó a Gazlowe a la plataforma.
Gazlowe se acercó a la baranda y le hizo una señal con la mano a Vak’kan, su guardaespaldas orco, para que no se preocupara. A diferencia de algunos goblins como Tragonublo, Gazlowe no le tenía miedo a las alturas.
Mientras la esquiladora sacaba la mena a la superficie, Gazlowe se arrimó sobre la baranda para observar a los trabajadores, en su mayoría goblins y algunos orcos. Estos se encargaban de operar mecas con excavadoras a vapor que tomaban la mena y la colocaban en las vagonetas para luego trasladarlas a una planta de procesamiento. Varios trabajadores tenían vendas que les cubrían las extremidades, probablemente debido a la cantidad de partes desechadas de las máquinas que había por doquier, y algunos sufrían ataques de tos con flema que intentaban contener tapándose la boca con paños de tela sucios.
Tragonublo le dedicó una sonrisa nerviosa a Gazlowe mientras asentía con la cabeza como si dijera: “Bastante bien, ¿no?”.
Gazlowe volvió a mirar hacia abajo, y una parte de la baranda se desprendió de su lugar con un chirrido y quedó colgando en el aire. Solo un vacío separaba a Gazlowe de una caída mortal.
Tembló un poco hasta que recuperó el equilibrio con la ayuda de Vak’kan, que había tendido su mano forzuda para agarrarlo del cuello y salvarlo del peligro rápidamente.
Gazlowe fulminó a Tragonublo con la mirada; las orejas puntiagudas, completamente tiesas. ¿Acaso había sido
un plan de Tragonublo? ¿Quería simular algún tipo de accidente? Como flamante jefe del
cártel Pantoque y representante de facto de su raza ante la Horda, Gazlowe sabía que tenía enemigos. Pero, sinceramente, no esperaba que atentaran contra su vida tan rápido, ¡y mucho menos con tanta torpeza!