Astuto como zorro : Parte 2
La última vez que lo vimos, Marin, nuestro héroe intrépido, estaba en un pequeño aprieto: varado en un puente colgante a punto de colapsar hacia el abismo, con la única salida bloqueada por una multitud de kóbolds hostiles. Para peor, ¡lo esperaban magias nuevas y extrañas!
El bardo comenzó a tocar una música rápida y tensa en su laúd, las cuerdas cantaban sobre los peligros.
—El rey kóbold pidió un gólem, y sus esbirros le obedecieron. Las enormes velas amarillas que llevaban en la cabeza goteaban cera derretida, y los kóbolds empezaron a cantar...
El rey Togwaggle sonrió con satisfacción maligna mientras los ceramánticos conjuraban el hechizo. Ríos de cera caliente corrían por las velas que llevaban sobre la cabeza, pero las velas nunca se achicaban. Por el contrario, un sinfín de arroyos de cera se arrastraba extrañamente hacia el mismo lugar para formar un charco. Marin miraba cada vez más preocupado cómo la cera se unía y formaba un humanoide que le llevaba una cabeza completa. Por último, se insinúo la forma de una cara, que tenía velas encendidas en lugar de ojos. Dos pupilas ardientes se fijaron en Marin y el gólem dio un paso sobre el puente.
—Un gólem de cera. Por supuesto. No sé por qué esperaría otra cosa de los kóbolds —murmuró Marin.
Togwaggle lanzó una carcajada de deleite.
—¡Tú no llevar esta vela, aventurero estúpido!
Las viejas cuerdas chirriaron como una bisagra oxidada cuando el puente se hundió por el peso del gólem, y Marin estaba convencido de haber oído algo soltarse. Retrocedió mientras el gólem avanzaba. ¡Nunca se le había ocurrido que los kóbolds, que parecían tan tontos, habían estado fraguando hechizos como estos! Pero ahora no tenía tiempo de ponderar la creatividad de los kóbolds; necesitaba lidiar con el gólem rápidamente: el puente rechinaba y se sacudía con cada paso que daba esa monstruosidad encerada.
El gólem se abalanzó hacia él y Marin sacó la espada, que blandió para ver qué pasaba cuando el monstruo estuvo a su alcance. El filo atravesó el cuerpo de cera tibia casi sin esfuerzo, pero las heridas que infligió la espada se cerraron casi tan rápido como aparecieron. Los kóbolds soltaron un vitoreo ronco.
El enorme gólem de cera se estiró para tomar a Marin con sus manos toscas. El aventurero lo esquivó con facilidad. El gólem era torpe y lento, pero también era incansable. Marin lo cortó una decena de veces, pero el gólem seguía atacando, sus ojos de llama brillantes en la penumbra.
¡Tenía ojos! Eso le dio a Marin una idea. Respiró una vez y dejó que el gólem se acercara. Cuando abrió los brazos para atraparlo, Marin se internó en el abrazo. Del otro lado del puente, los kóbolds gritaron y celebraron pensando que el tonto aventurero había cometido un terrible error.
Si el gólem era capaz de tener expectativas, seguro que no estaba esperando eso. Se estiró demasiado y sus brazos gigantescos pasaron a ambos lados del aventurero sin dañarlo. Estando tan cerca de la criatura, Marin podía sentir su calor sobrenatural y el olor a vela quemada era insoportable. Antes de que pudiera cerrar los brazos para atraparlo, Marin inspiró hondo y sopló. Las velas que hacían las veces de ojos del gólem se apagaron, dejando escapar espirales de humo. El monstruo retrocedió sorprendido, su presa olvidada en la ceguera, como Marin había planeado. Los kóbolds gruñeron, decepcionados.
Marin aprovechó la distracción para envainar la espada y escurrirse por el borde del puente. Se le revolvió el estómago cuando bajó por una de las sogas deshechas y quedó colgando, mientras el abismo debajo parecía querer estirarse para tomarlo de las botas. Tragó saliva y pasó con cuidado al gólem que se retorcía, tratando de que no le pisara los dedos mientras él avanzaba por el borde. Se obligó a tomar una buena distancia antes de volver a impulsarse hacia arriba para subirse a la arcada devastada con un suspiro de alivio. Ahora no estaba lejos de los kóbolds. Cuando se puso de pie para enfrentarlos, desenvainó la espada y los apuntó. ¡Hora de decir algo dramático e intimidante!
—Eh... ¿Oyen eso?
Marin sintió cómo se le erizaban los pelos de la nuca. Apenas llegaba a oír un balbuceo perturbador y disonante, como si proviniera de muchas bocas, que retumbaba en el túnel detrás de los kóbolds. Las criaturas intercambiaron expresiones de horror. Con todo el entusiasmo de alentar a su campeón de cera, se habían olvidado de prestar atención a otros peligros.
—¡Farfulladores ferales! —jadeó el rey Togwaggle, y corrió hacia el puente dejando a sus súbditos atrás sin pensarlo dos veces.
Los kóbolds se desbandaron detrás de su rey y pasaron al aventurero sin siquiera mirarlo en su huída desesperada hacia el puente para escapar de lo que fuera que venía. El otro extremo del puente todavía estaba bloqueado por el gólem enceguecido, así que todos se escudaron en Marin para que los protegiera, el conflicto previo evidentemente olvidado ante la amenaza mayor.
Marin puso los ojos en blanco, mientras intentaba mantener el equilibrio ante los empujones de los kóbolds.
—¿De veras? ¡Esto no va a funcionar tontos cabeza de vela! ¡El puente no nos aguantará a todos!
El puente estaba de acuerdo. Había soportado estoicamente el peso de un hombre maduro y de un monstruo no tan duro, pero hecho de toneladas de vela. Hasta había aguantado las piruetas de Marin. Pero el peso de una manada de kóbolds aterrorizados y un gólem y un héroe era demasiado. Las cuerdas emitieron un largo crujido.
—¡Agárrense! —gritó Marin.
Tiró la espada y buscó con desesperación algo a lo que aferrarse, pero ya era tarde. Las cuerdas debajo del gólem cedieron, restallando como un látigo gigante, y todos —aventurero, kóbolds y gólem— cayeron hacia la penumbra azul del abismo.
No están muertos —dijo el bardo a su público boquiabierto—. Los veo muy preocupados. Solo quería que supieran que sobrevivieron. El río no está tan lejos como parece y es profundo. —El bardo se río—. ¿Quién mata al héroe a la mitad de la historia?
Apoyó una bota sobre su caldero de hierro para las propinas.
—Ahora, eso no significa que esté todo bien. Para nada. Las cosas se están por poner interesantes. —El bardo sonrió misterioso—. Descansaré un poco la voz, tengo sed, y después sabrán a qué me refiero.
Continuará en la parte 3.