Hoy, percibo con gran alivio que las heridas que dejó el doctor Junkenstein en la ciudad de Adlersbrunn han empezado a sanar finalmente. La gente vuelve a vivir en paz y, de nuevo, las calles se inundan de risas y luces. Las noticias sobre la prosperidad de nuestro hogar han llegado lejos, y viajeros de todas las clases sociales se acercan para ser partícipes. Parece que este episodio de desgracias se cierra por fin.

Sin embargo, he de confesar que las noches en vela fruto de los terribles encuentros vividos con Junkenstein vuelven a torturarme. Ahora que se acerca el aniversario de la venganza del doctor chiflado, me invade una inconfundible sensación de pavor. Trato de obviarla pensando que se debe a mi imaginación desmedida, y no puedo molestar a mis asesores con preocupaciones infundadas. Supongo que es la carga que debe soportar un gobernante para superar sus temores con estoicismo.

Sea como fuere, los preparativos para los festivales de otoño me mantienen ocupado y logro dejar a un lado estos pensamientos. Lo cual me recuerda que, cuando los festejos empiecen, tengo que acordarme de pedirle a uno de los guardias que revise los extraños ruidos procedentes de la zona antigua del castillo. ¡Espero que las ratas no hayan vuelto a hacer un nido!