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Kóbolds y catacumbas: La historia del Zorro - Primera parte

Daxxarri

«¡El cuento de esta noche trata sobre aventuras sin parangón y peligros mortales! ¡Sobre héroes y villanos, sobre trampas engañosas, sobre monstruos espantosos y, por supuesto, sobre tesoros inimaginables!».

InBlog_HS_Bard_EK_250x320.pngLa voz del bardo atravesó el escándalo de la taberna. Los jugadores dejaron las cartas sobre las mesas, los comensales soltaron los tenedores y Elta Bernero se apoyó en la barra con una sonrisa de oreja a oreja. Todas las miradas se dirigieron al hombre que estaba de pie junto al fuego. Las risas estridentes y las charlas amistosas que allí frecuentaban cesaron y el silencio se apoderó de la taberna. Al poco, lo único que se oía era el crepitar del fuego y la melodía suave y cautivadora que surgió del instrumento del bardo cuando empezó a tocar.

«Hubo una vez en la que un grupo de aventureros experimentados se adentró en lo más profundo de las catacumbas en busca de la mítica hacha Rajaheridas. Estos héroes recorrieron miles de galerías y túneles perforados en la roca, obra de las manos atareadas de los kóbolds. Soportaron adversidades, superaron docenas de trampas mortales y abatieron a montones de monstruos feroces... ¿Y qué pasó al final? ¡Pues que fracasaron y contrataron a otro para que hiciese el trabajo!».

InBlog_HS_MarinTheFox_EK_250x320.pngResonaron algunas risitas burlonas entre la audiencia, pero la voz del bardo no tardó en acallarlas: «Esta es la historia del hombre al que contrataron. Un aventurero de aventureros, más hábil y el doble de escurridizo que un múrloc engrasado. Un pícaro, un ladrón, un vagabundo cazador de tesoros... ¡y un héroe! O algo así. ¡Es probable que lo conozcáis como Marin el Zorro! Y, si no es el caso, bueno, ¡lo será al final de mi relato!».

Con la mención del nombre de Marin, una ovación recorrió la sala. Escuchar una historia de Marin siempre merecía la pena.

«Pongámonos en situación. Nos unimos a nuestro héroe en la profundidad de las catacumbas...».

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Marin entró en una cámara amplia y adornada con estalactitas y descubrió que el camino que tenía delante estaba dividido en dos por una sima abismal. El bramido de un río subterráneo llegaba desde lo más recóndito, y una niebla se alzaba desde lo más profundo para darle un aspecto fantasmal a las agrupaciones de cristales azules que surgían de las paredes. Rezumaba lava de un agujero condenado con tablones en el muro de la caverna, lo que le otorgaba un resplandor rojizo y mezclaba un hedor sulfúrico con el aroma más agradable que emergía del agua. Marin se preguntó cómo era posible que los tablones que bloqueaban la roca fundida no se hubiesen reducido a cenizas, y sopesó sus opciones.

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Por suerte, un puente vadeaba la grieta esculpida por el río. Por desgracia, se trataba de una estructura de cuerda deshilachada y tablas de madera desgastada que colgaba peligrosamente sobre un descenso vertiginoso. Y sin barandillas, por supuesto.

No parecía muy prometedor, pero un gas venenoso había invadido la única otra ruta que Marin conocía, y retroceder le llevaría horas. Por el aspecto del conducto de lava bloqueado con prisas, es posible que este camino tampoco durase mucho más. Así eran las catacumbas: un poco diferentes con cada visita. Y Marin volvía a menudo.

InBlog_HS_MasterOakheart_EK_250x320.pngAunque la tentación de las riquezas siempre bastaba para atraer al aventurero, esta ocasión tenía un propósito especial. Un viejo amigo le había pedido ayuda a Marin para que recuperase la legendaria hacha Rajaheridas. Recordó las palabras que Corazón de Roble había pronunciado unos días antes...

«El gremio necesita esa hacha, y es que no conseguimos encontrar ese maldito chisme. Sí, nos pasamos semanas explorando las catacumbas y solo había kóbolds y más kóbolds. Todos saben que tú eres el mejor, Marin, y necesito tu ayuda. Bueno, ¿qué dice "el" Zorro?».

  «El Zorro dice: "¿A cuánto se paga?"».

Resulta que se pagaba a cero, pero Corazón de Roble había oído el rumor de que Rajaheridas se encontraba oculta InBlog_HS_Woecleaver_EK_250x257.pngjunto con otro tesoro, uno cuya pista Marin llevaba siguiendo algún tiempo: un gran cofre que, según se contaba, contenía objetos de especial interés. Marin tuvo que aceptar y ahora aquí estaba, ante una maravilla de la «ingeniería» kóbold.

Las cuerdas emitían crujidos y el «puente» se tambaleaba bajo sus pies mientras Marin confiaba su peso a la madera astillada. La sima se abría debajo, desde los amplios huecos de los tablones se entreveía su angustiosa visión, y una brisa silbó desde el abismo para balancearlo de un lado a otro. Con cada tenso paso, intentaba con todas sus fuerzas no imaginarse el puente desplomándose de repente bajo él.

A medida que se acercaba a la mitad, un grupo de kóbolds surgió de la entrada del túnel a la que Marin se aproximaba con lentitud. ¡Una emboscada! Aunque, por suerte, una no muy efectiva, pues los kóbolds se habían revelado antes de tiempo y se habían quedado a plena vista. Aun así, había varios kóbolds y solo un Marin, a medio camino de un puente deteriorado que podría ceder en cualquier momento. ¡Una situación nada ideal!

Uno de los kóbolds era más grande que el resto (que tampoco es mucho) y llevaba una corona con una linterna de verdad en lugar de la típica vela de kóbold. El monarca en miniatura también era bastante más robusto que sus compañeros (no hay duda de que ser rey acarreaba sus beneficios culinarios).

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El kóbold coronado le dijo algo a uno de sus seguidores y luego lo empujó hacia el puente oscilante. El peso añadido bastó para que las cuerdas desgastadas crujiesen de una manera alarmante. Marin apretó los dientes.

El pequeño kóbold apretó sus garras, hinchó el pecho y habló: «T-tú. Tú, aventurero...».

Al verse cara a cara con un héroe armado hasta los dientes y que era mucho más grande de cerca, el kóbold se olvidó de lo que iba a decir. Desconcertado, recurrió a un clásico. «¡Tú no llevarte vela!», chilló, y luego se escabulló a toda prisa para refugiarse entre sus compañeros.

El kóbold de la corona se pasó una garra por la cara con exasperación. «¡Yo ser rey Togafloja!», gritó. El eco de su voz resonó de forma extraña en el espacio cavernoso. «¡Estos ser mis túneles! ¡soltar tesoros ya!».

Marin arqueó una ceja. «Su plan tiene un pequeño inconveniente, alteza. Verá, no tengo ningún tesoro… aún. ¿Qué le parece si me deja pasar para que vaya a conseguir algunos? Luego podemos repetir todo esto cuando vuelva aquí para irme».

Varios kóbolds percibieron la sabiduría en su sugerencia y asintieron alegremente, con las llamas de las velas oscilando. Sin embargo, el rey no era tan fácil de convencer. Los ojos de Togafloja brillaron con malevolencia. «¡Si tú no soltar, kóbolds tomarán!», chilló, con el puño en alto. «¡¡¡YO INVOCAR GÓLEM!!!».

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El público emitió un grito ahogado. Las sillas de la taberna chirriaron cuando los clientes se inclinaron hacia delante, absortos en cada una de las palabras del bardo. Hubo una larga pausa tras el instante de fascinación y luego alguien preguntó: «¡¿Y bien?! ¿Qué pasó después?».

«Contar historias lo deja a uno sediento, amigo. Creo que me tomaré un breve descanso», contestó el bardo a la vez que guiñaba un ojo. Arrastró un enorme caldero por el suelo de la taberna. Sobre el hierro negro se vislumbraban cuatro palabras pintadas: «HURRA POR LA PROPINA».

¡Continuará en la segunda parte!